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La adicción a los dulces y la salud

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La adicción a los dulces y la salud

La comida genera placer, mayormente cuando su sabor es dulce, aunque otro porcentaje significativo de personas se decantan por lo salado. ¿Quién no se reconoce incapaz de tomar
solo 30 gramos de tarta, una sola galleta o dos patatas fritas?, ¿Qué hay detrás de la compulsión y los antojos incontrolables a la hora de comer?

La adicción a los dulces y la salud. En el sistema de recompensa del cerebro intervienen numerosos y complejos factores que ponen de manifiesto que la adicción a la comida es un hecho, especialmente la de sabor dulce, ya que este, evolutivamente, es el más atractivo para la especie humana.

Nuestros ancestros  apenas tenían acceso a fuentes de alimentos dulces y cuando topaban con un panal de miel daban buena cuenta del mismo, lo que les proporcionaba grandes cantidades de energía que  almacenarían en forma de grasa y esto les ayudaba a sobrevivir cuando el alimento escaseaba, problema que hoy en día no tenemos en la sociedad occidental, más bien al contrario: el  exceso de azucares y calorías en la dieta unido a la falta de actividad física, son los detonantes de la mayoría de las enfermedades crónicas actuales. Probablemente a algunos de vosotros os sorprenda que el exceso de azúcar se almacena como  grasa, pero así es y ese es el origen de los numerosos problemas metabólicos y  cardiovasculares que sufre nuestra especie en la actualidad.

La pandemia del azúcar, la enfermedad del siglo XXI

La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima como cantidad recomendada 25 gramos de azúcar al día, estableciendo un límite máximo en adultos de 50 gramos. Sin embargo, el consumo en las sociedades occidentales sobrepasa con creces este límite.

Los efectos de un excesivo consumo de azúcares para la salud

Cuando hablamos de azúcares, no solo nos referimos a esa sustancia cristalina y generalmente blanca obtenida de la caña azucarera y la remolacha y que desde el siglo XVI se utiliza no solo para endulzar el café, y hacer postres, sino también como conservante de cualquier tipo de alimento generalmente procesado con el objetivo de complacer el sentido del gusto y el centro de recompensa del cerebro: postres lácteos, jugos de frutas envasados, bollería, diversos tipos de pan, etc.

Muchos de ellos bajo la etiqueta de alimentos sanos bajos en calorías porque tienen bajo o nulo contenido en grasas, olvidando que su consumo excesivo desencadena la producción de insulina y que el exceso de esta hormona provoca el desequilibrio en el metabolismo de la glucosa y sus problemas derivados: enfermedades cardiovasculares (ictus, infarto de miocardio, etc.) y enfermedades metabólicas, es decir, la diabetes mellitus, la obesidad, la aterosclerosis, la hiperlipemia y la hipertensión.

Ante esta epidemia occidental de adicción al azúcar, países como el Reino Unido plantean gravar el consumo de refrescos azucarados con impuestos de hasta el 20%. Otros como Hungría establecen esta tasa en función de la cantidad de azúcar, grasa y sal que contenga el alimento. Esta medida provocó que muchos fabricantes redujeran estos ingredientes para evitar pagar más impuestos, obteniendo como consecuencia cambios positivos en la dieta de los consumidores (Galindo, 2016).

 

Hay salida: la personalización de la dieta

Hay salida para frenar el consumo de azúcar en nuestro día a día. Una de las opciones es la personalización de la dieta mediante un test genético. Una prueba sencilla que nos permite saber los principales genes vinculados a la obesidad y el sobrepeso así como sus complicaciones metabólicas. Esto permite personalizar el tratamiento según las características de cada persona y optimizar la composición corporal, reduciendo la grasa y aumentando el músculo. De esta forma es más fácil mantener el peso perdido (evitar el llamado efecto rebote). Es adecuada también para controlar la celulitis y la adiposidad generalizada o localizada. Y por supuesto previene las enfermedades cardiovasculares y metabólicas mencionadas en el párrafo anterior.

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